Llegaste a mi vida un día semejante a cualquier otro, tu llegada me hizo experimentar una sensación de alegría y esperanza, pues contigo se avistaba que se acercaría el progreso y el avance hacia una nueva y mejor etapa de vida.
No pasó mucho tiempo luego de tu llegada para que empezarás a cambiar mi vida y mis hábitos de relacionarme con los demás, empezaste por decirme que tú y solo tú podías resolver para mi muchas de las tareas que yo había delegado en algunos de mis antiguos amigos, fue así como poco a poco comenzaste a alejarme del calculador, de la cámara fotográfica, de la agenda de mano, del almanaque que siempre me recordaba las fechas memorables e incluso me alejaste del reloj que todas las mañana tenía la dicha de despertarme. No puedo esconder que al principio me sentí muy alagada con ese desborde de entrega de tu parte hacia mi persona, comencé a sentirme el ser más especial, pues sentí que te dedicabas por completo a satisfacer mis necesidades como si fuese yo el centro de tu vida.
Luego diste un nuevo paso, dijiste que el mundo inmediato a mi alrededor era aburrido y poco gratificante, que si yo quería disfrutarlo de verdad debía capturarlo todo en una imagen o video para subirlo a la red y hacer que otros se diviertan con una realidad que no era la suya, así como yo debía divertirme con una realidad que no era la mía; fue así como de repente me encontré que ya no disfrutaba yo las cosas sencillas que ocurrían a mi alrededor, sino que empecé a enfocar mi atención sobre aquellas que ocurrían en otros lugares, en otros momentos… empecé a distanciarme de mi y de mi realidad, creyendo que era mejor vivir de la ilusión que de la realidad; y volví a creer que era yo alguien muy especial, pues ahora no solo me libraba de los momentos de tensión que podían ocurrir a mi alrededor, sino que además podía vivir en un mundo creado para mí, donde la felicidad se vivía constantemente, donde las personas siempre reían, siempre hacían cosas para hacer reír a los demás y donde las personas no lograrían mirar mis defectos, pues con la cámara yo podía tomar sólo el ángulo que me interesaba mostrar y desde el cual podía ocultar mis defectos.
En ese mismo sentir me convenciste de que debía pasar cada vez más tiempo contigo, que para ayudarme a “ser feliz” era necesario que yo me fijara en ti y solo en ti a cada momento, que te llevara conmigo a donde quiera que fuera, y de forma muy literal me lo dijiste: A DONDE QUIERA, incluso -y sin exagerar- al baño. No creí jamás en mi vida poder encontrar un amor tan grande como este -eso pensaba-, hasta que no hace demasiado tiempo miré a mi alrededor y me di cuenta de que me encontraba sola, sí sola; no sólo había dejado atrás a mis compañeros de infancia, aquellos que me ayudaban a resolver los problemas más elementales (calculadora, agenda, cronómetro, etc.) sino que además me había alejado de las personas que me amaban y que lo hacían de un modo natural, pues en su amor no solo felicitaban mis logros, sino que además me exigían por mis fallos; me alejé de las cosas sencillas pero reales por aquellas burdas y fingidas.
Hace poco, muy poco descubrí que ese tal “amor” que me mostrabas y esa camuflada “entrega” desmedida, no era más que tu trama, la trama de un marido posesivo que ponía en juego su estrategia de seducción para acorralarme, me hiciste presa de ti, de tus juegos, de tus vicios. Te adueñaste de mi atención, de mi círculo de amigos y conocidos y de todo lo que yo había podido valorar.
Ahora veo que no toda entrega es honesta, no toda entrega es saludable. Hoy me prometo despertarme y alejarme de ti, comenzar a vivir mi vida alejada de tu tiranía, de tu obsesión por controlarme y hacerme tu esclavo, porque el amor, cuando es AMOR real y sincero no aprisiona, no restringe, más bien alimenta las alas de la libertad, aquellas que nos permiten llegar a donde más queremos y a vivir un mundo real, dotado de alegrías y sin huir de las tristezas.
¡Adiós tirano celular!
José Manuel Ortiz